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de las personas? -preguntó Medio-Brooke, muy
impresionado por el poder de aquel maravilloso instrumento.
No, querido mío. Su poder no alcanza ni alcanzará a
tanto. Aún tienes que esperar mucho tiempo, hasta que tus
ojos tengan poder suficiente para ver la más invisible de las
maravillas de Dios. Pero mirando todo lo bello que puedes
ver, comprenderás lo mucho bello que no puedes ver
-contestó el maestro, acariciando al chiquitín.
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-Bueno; Daisy y yo pensamos que los ángeles deben tener
las alas como las de esa mariposa que vemos a través del
cristal, pero de oro y más suaves.
-Créelo si te agrada, y guarda tus alitas brillantes y
hermosas, pero no vueles hasta que pase mucho tiempo.
-Bueno, hijos míos; tengo que hacer; los dejo con su
nuevo catedrático de historia natural -exclamó tía Jo, saliendo
muy satisfecha.
Así terminó, aquel día, la clase de composición.
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HOMB R E C I T OS
CAPITULO 18
Los jardines marchaban admirablemente aquel verano.
En septiembre, con gran alegría, se procedió a la recolección.
Jack y Ned juntaron sus haciendas, cosecharon papas, que era
artículo de fácil salida y vendieron a buen precio hasta cien
kilos a papá Bhaer, porque las papas se consumían pronto en
Plumfield. Emil y Franz desgranaron sus cereales, los
llevaron al molino y volvieron, orgullosamente, con harina
bastante para el budín y los bollos de muchos meses. Se
negaron a cobrar la harina, porque Franz decía:
-Aun cuando pasáramos la vida cosechando trigo, no
pagaríamos a tío lo que ha hecho por nosotros.
Nat recogió habas en tal abundancia, que no sabía cómo
trillarlas. Tía Jo resolvió el problema. Le aconsejó extender
las vainas en el granero, que tocara el violín e invitara a bailar
a los niños. Así se hizo la trilla.
Tommy, que pensara obtener una cosecha de habas en
seis semanas, sufrió grave desengaño; el calor perjudicó a la
siembra, el chico no le dio el riego necesario, y las orugas y
cizaña acabaron con las plantas. Tommy cavó de nuevo la
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L OU I S A MA Y A L C OT T
hacienda y sembró arvejas. Pero ya era tarde; los pájaros se
comieron muchas; los plantones se cayeron con el viento;
nadie cuidó de las plantas cuando brotaron, y como ya había
pasado la época, pereció la sementera en el abandono. El
muchacho se consoló con un caritativo esfuerzo; trasplantó a
su huerto cuantos cardos borriqueros encontró, y se los
ofreció al veterano borriquito, como manjar predilecto.
Medio-Brooke obsequió a su abuela, durante el verano,
con lechugas y en el otoño le envió una cesta de nabos, tan
blancos y tan bien lavados, que parecían huevos.
Daisy cultivaba flores, y todo el estío dispuso de ellas en
abundancia. Cuidaba concienzudamente el jardincito y
contemplaba a las rosas, claveles y pensamientos con
amistosa ternura.
Enviaba ramos de obsequio a la ciudad; mantenía bien
adornados los jarrones de la casa, y le encantaba contar la
historia del pensamiento.
Nan recogía hierbas y cuidaba de su jardín botánico. En
septiembre comenzó a cortar, secar y guardar algunas,
anotando en un cuadernito los usos y propiedades. Había
fracasado en varios experimentos y no quería dar otro mal
rato al gatito "Huz administrándole ajenjo en vez de
ipecacuana.
Dick, Dolly y Rob eran hortelanos infatigables. Los dos
primeros tenían plantaciones de remolacha y de zanahorias, y
se impacientaban al ver que aún no era tiempo de recolectar;
Dick solía desenterrar las zanahorias para examinarlas; luego,
volvía a plantarlas, confesando que Silas tenía razón.
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HOMB R E C I T OS
Billy sembró pepinos que no llegaron a fructificar.
Durante diez minutos lamentó el fracaso; luego, tomó las
flores y pensó, el pobre inocente, que aquello le valdría
mucho dinero y que sería tan rico como Tommy. Nadie
quiso desengañarlo. El día de la recolección general, en un
plantío seco de su huerto, Billy encontró seis naranjas, y esta
cosecha lo llenó de júbilo. ¡La compasión de Asia había
obrado el milagro de que un arbusto seco produjera de un
día a otro hermosas naranjas! Zampa-bollos pasó disgustos
con sus melones; antes de que madurasen, se dio un festín
solitario, sufrió un cólico mayúsculo y casi se resolvió a no
volver a probar el fruto de su cosecha. Pasé el tiempo, hizo la
primera recolección y se abstuvo de comer. Los melones eran
exquisitos. Lo último que quedaba eran tres sandías
hermosísimas y anunció que las iba a vender a un vecino; los
niños sintieron viva contrariedad, porque habían creído que
serían para ellos, y expresaron su descontento de un modo
original. Cuando Zampa-bollos llegó una mañana al huerto,
se encontró con que sobre la verde cáscara de cada sandía se
destacaba grabada, en caracteres blancos, la palabra "Cerdo".
Lloró, rabió y corrió a contarle lo ocurrido a tía Jo. Esta lo
consoló y le dijo:
-Si estás dispuesto a renunciar a las sandías, yo te
enseñaré la mejor manera de vengarte, y ya verás cómo te ríes
de tus ofensores.
-Renuncio a las sandías; quiero vengarme y que se
acuerden de mí los bribones.
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-Bueno; pues no hables una palabra del asunto, y lleva las
sandías a mi cuarto -ordenó tía Jo, que la noche antes había
observado cuchichear y sonreír en secreto a tres muchachos,
el crujido de las ramas del árbol inmediato al dormitorio de
Emil, y a Tommy con una cortadura en el dedo.
Obedeció Zampa-bollos, y los autores de la broma
fueron chasqueados al ver que las sandías faltaban y que el
dueño estaba muy tranquilo. A la hora de comer, después de
servido el budín, lo comprendieron todo. Mary Ann, con
gesto socarrón, se presentó llevando una gran sandía, Silas la
seguía, con otra; y Dan entró con la tercera; las colocaron
ante Tommy, Emil y Ned, que eran los culpables, y sobre la
cáscara de cada fruto leyeron esta dedicatoria: Con los cumplidos
del cerdo. La risa fue general porque todos estaban enterados
de lo ocurrido. Los delincuentes, avergonzados, acabaron
por reírse también; partieron las sandías y las distribuyeron
afirmando, entre la aprobación unánime, que Zampa-bollos
les había dado una lección.
Dan, por su ausencia y por la lesión del pie, no tenía
huerto; su trabajo fue ayudar a Silas a partir leña para Asia y
limpiar de hierbajos las sendas y el jardín.
La guardilla grande ofrecía aspecto muy pintoresco, por
obra de las infantiles cosechas allí depositadas. En lindas
bolsitas de papel, rotuladas, y en el cajón de una mesa,
guardaba Daisy semillas de flores. Las hierbas medicinales de
Nan colgaban en manojos de las paredes, impregnando de
aromas el ambiente. Tommy tenía una cesta de flores de
cardo, con sus semillas, para sembrar cardos el año siguiente,
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si antes el viento no se llevaba el depósito. Emil guardaba
haces de espigas; Medio-Brooke simientes para sus animales.
Dan había llenado medio granero de nueces, castañas y
bellotas.
Más allá del prado había un avellano, cuyos supuestos
propietarios eran Rob y Teddy. Aquel año, el árbol estaba
cargado de frutos y las avellanas caían entre las hojas secas,
para regocijo de las ardillas, más vivas que los dos chicuelos.
Papá Bhaer les dijo que podían aprovecharse de las
avellanas siempre que las recogieran ellos dos solos. La tarea
era fácil y del agrado de Teddy, pero en cuanto reunía unas
pocas, se cansaba. Entretanto las ardillas le hacían la
competencia y acopiaban abundantes avellanas para
alimentarse en el invierno. Esa competencia divertía
muchísimo a todos.
-¿Vendieron el producto de las avellanas a las ardillas?
-No, ¿por qué? -inquirió Rob.
-Porque los animalitos corren tanto que van a dejar
limpio el árbol.
-Hay para todos murmuró Rob.
-No lo creas; quedan pocas.
Corrió Robby; dio un vistazo al árbol y se alarmó al
convencerse de que los animalitos no perdían el tiempo.
Avisó a Teddy y comenzaron a recolectar activamente,
mientras las ardillas gruñían entre el ramaje.
Aquella noche sopló viento fuerte, que hizo caer muchas
avellanas; tía Jo, al levantarse sus hijos, les dijo:
-Las ardillas los dejan sin cosecha.
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