pdf | do ÂściÂągnięcia | ebook | pobieranie | download
Pokrewne
- Strona Główna
- Michele Bardsley Diary of a Demon Hunter 03 Death Unsung CAĹ OĹšÄ_
- Blasco Ibanez Vicente Bodega
- ÂŚwidziniewski Wojciech Konsekrowany
- fitabc
- Aleksander Krawczuk Pan i jego filozof
- 12 Wrzosy (Ksi晜źna)
- Sandemo _Margitt_08_Uprowadzenie
- Hot Family Affairs
- 5.Michael.Moorcock Znikajć…ca Wieśźa
- 125. Wilkins Gina Scenariusz dla dwojga
- zanotowane.pl
- doc.pisz.pl
- pdf.pisz.pl
- lolanoir.htw.pl
[ Pobierz całość w formacie PDF ]
rizaba este lado de la selva, dándole un aspecto lúgubre.
Los muchachos retrocedieron. Habían oído hablar de esta parte de la
Dehesa, la más salvaje y peligrosa. El silencio y la inmovilidad de los
matorrales les causaba miedo. Allí se deslizaban las grandes serpientes
perseguidas por los guardas de la Dehesa; por allí pastaban los toros
fieros que se separaban del rebaño, obligando a los cazadores a cargar
con sal gruesa sus escopetas para espantarlos sin darles muerte.
Sangonera, como más conocedor de la Dehesa, guiaba a los suyos
hacia el lago, pero los palmitos que encontraba en el camino le hacían
desviarse, perdiendo el rumbo. Comenzaba a caer la tarde y Neleta se
asustaba viendo oscurecerse la selva. Los dos muchachos reían. Los
pinos formaban una inmensa casa; obscurecía allí dentro como en sus
barracas cuando aún no se había puesto el sol, pero fuera de la selva
todavía quedaba una hora de luz. No había prisa. Y continuaban en la
busca de margallons, tranquilizándose la muchacha con las hijuelas que
le regalaba Tonet, y que ella chupaba, retardándose en el camino.
Cuando en la revuelta de un sendero se veía sola, corría para unirse con
ellos.
Ahora sí que anochecía de veras... Lo declaraba Sangonera, como
conocedor de la Dehesa. Ya no sonaban a lo lejos los esquilones del
ganado. Había que salir pronto de la selva, pero después de recoger la
leña, para evitarse una riña al volver a casa. Buscaron al pie de los pinos,
entre los matorrales, las ramas secas. Formaron apresuradamente tres
pequeños haces, y casi a tientas comenzaron la marcha. A los pocos
pasos la oscuridad era completa. Por la parte donde debía estar la
Albufera marcábase un resplandor de incendio próximo a extinguirse,
pero dentro de la selva apenas si los troncos y los matorrales se desta-
caban como sombras más fuertes sobre el lóbrego fondo.
Sangonera perdía la serenidad, no sabiendo ciertamente por dónde
marchaba. Estaban fuera del sendero; se hundían en espinosos mator-
rales que les arañaban las piernas. Neleta suspiraba de miedo, y de pron-
39
Vicente Blasco Ibáñez
to dio un grito y cayó. Había tropezado con las raíces de un pino corta-
do a flor de tierra, lastimándose un pie. Sangonera hablaba de continuar
adelante, dejando abandonada a aquella maula que sólo sabía gemir. La
muchacha lloraba sordamente, como si temiera alterar el silencio del
bosque, atrayendo las horribles bestias que poblaban la oscuridad, y
Tonet amenazaba por lo bajo a Sangonera con fabulosas cantidades de
coces y bofetadas si no permanecía con ellos sirviéndoles de guía.
Marchaban lentamente, tanteando con los pies el terreno, hasta que de
pronto no tropezaron ya con matorrales, encontrando el resbaladizo
mantillo de los senderos. Pero entonces, al hablar Tonet, no recibió con-
testación de su compañero, que marchaba delante.
-¡Sangonera! ¡Sangonera!
Un ruido de ramas rotas, de matorrales rozados en la fuga, como si
escapase un animal salvaje, fue la única respuesta. Tonet gritó de rabia.
¡Ah, grandísimo ladrón! Huía para salir pronto de la selva; no quería
seguir con sus compañeros por no ayudar a Neleta.
Al quedar solos los dos muchachos, sintieron desplomarse de golpe la
poca serenidad que les restaba. Sangonera, con su experiencia de
vagabundo, les parecía un gran auxiliar. Neleta, aterrada, olvidando toda
prudencia, lloraba a gritos, y sus sollozos resonaban en el silencio de la
selva, que parecía inmensa. El miedo de su compañera resucitó la
energía de Tonet. Había pasado un brazo por la espalda de la muchacha,
la sostenía, la animaba, preguntándola si podía andar, si quería seguir-
le, marchando siempre adelante, sin que el pobre muchacho supiera
adónde.
Permanecieron los dos unidos mucho tiempo: ella sollozando, él con el
temblor que le producía lo desconocido, pero al cual deseaba sobrepon-
erse.
Algo viscoso y helado pasó junto a ellos azotándoles la cara: tal vez un
murciélago; y este contacto, que les produjo escalofríos, los sacó de su
dolorosa inercia. Emprendieron la marcha apresuradamente, cayendo y
levantándose, enredándose en los matorrales, chocando con los árboles,
temblando ante los rumores que parecían espolearles en su fuga. Los dos
pensaban lo mismo, pero se ocultaban el pensamiento instintivamente
[ Pobierz całość w formacie PDF ]