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pregunté por la señorita Halcombe me contestó con una de sus respuestas,
en virtud de lo cual no pude enterarme de nada.
Mi señora estaba mucho mejor, pero todavía muy débil. Podía ya levantarse
sola y pasearse un poco por la habitación, pero se fatigaba mucho. Le
preocupaba constantemente su hermana, de quien aquella mañana no había
aún recibido noticias. Esto me pareció una tremenda negligencia por parte
de la enfermera, pero no dije nada. La ayudé a vestirse, y cuando ya estuvo
vestida, apoyándose en mi brazo, se dirigió a la habitación de la señorita.
En el pasillo encontramos a Sir Percival, que parecía nos estaba esperando.
¿Dónde va usted? le preguntó a su esposa.
A la habitación de mi hermana le contestó.
Le evitaré a usted esta molestia le dijo diciéndole que ahora no la
encontrará usted allí.
¿Cómo?
No. Se marchó ayer por la mañana acompañando a los condes.
Lady Glyde no tuvo fuerzas suficientes para soportar este golpe. Palideció
terriblemente, se apoyó en la pared y miró a su marido con desorbitados
ojos. Yo, estupefacta, sólo tuve fuerzas para decir:
¡Y en el estado de debilidad en que se encuentra!
La señora se repuso un poco y exclamó entonces:
¡No es posible! ¿Y el doctor Dawson? ¿Dónde estaba cuando se llevaron
a Marian?
No viene por aquí desde hace días, y eso demuestra que su hermana ya
no lo necesita. No mire usted de ese modo. Si cree que la engaño, vea toda
la casa.
Sin esperar a que lo repitiera, nos dirigimos a la habitación de la señorita.
Allí solamente estaba la bruta de Margarita limpiando la alcoba. Lady
Glyde antes de volver a encontrar al señor, me dijo al oído:
¡Por amor de Dios, señora Michelson, no se marche usted, no se marche!
Y antes de que pudiera contestarle, Sir Percival ante nosotros. Entonces, la
señora le preguntó enérgicamente:
¿Qué significa todo esto, Sir Percival?
Nada más que su hermana ha tenido suficientes fuerzas para poder
aprovecharse de la compañía de los condes y marchar con ellos a Londres,
de paso para Limmeridge.
¿Ha sido usted la última que ha visto a mi hermana? me preguntó la
señora . ¿Le perece a usted que estaba en disposición de viajar?
A mi entender, no señora.
Rápidamente se volvió Sir Percival hacia mí.
Usted misma dijo a la enfermera que antes de marchas la señorita
Halcombe parecía mucho mejor y más fuerte.
En efecto confesé.
Ya lo ha oído usted, señora dijo Sir Percival . Por otra parte, la
acompañan tres personas competentes: los condes y la señora Rubelle, que
todavía sigue a su cuidado. Desde Londres, el conde y la enfermera la
acompañarán a Limmeridge.
Pero, ¿cómo me ha dejado aquí? preguntó la señora.
Porque su tío no quiere recibirlas a ustedes sin antes haber hablado con
su hermana. ¿Olvidó acaso usted su carta?
No, la recuerdo.
Entonces, no me explico tanta sorpresa.
Marian jamás se ha separado de mí sin despedirse antes y la señora
tenía los ojos llenos de lágrimas cuando habló.
También lo hubiera hecho esta vez, pero en vista del estado de ustedes
dos lo hemos impedido. ¿Tiene usted algo más que preguntar? Si es así,
diríjame las preguntas en el comedor. Todas estas tonterías me secan la
garganta y me hace falta un vaso de buen vino.
Y, sin decir más, nos dejó. Yo procuré convencer a Lady Glyde de la
conveniencia de volver a sus habitaciones, pero ella parecía anonadada.
-A mi hermana le ha pasado algo dijo.
Señora le contesté , recuerde usted, la gran energía de la señorita
Halcombe. Es capaz de hacer lo que otras no harían en su lugar ni en su
estado, y si siquiera serían capaces de pensarlo.
Quiero ir a donde está Marian, señora Michelson. Quiero verla. Vamos a
ver a Sir Percival.
Desoyendo mis prudentes consejos, me cogió del brazo y me obligó a bajar
con ella. Al abrir la puerta del comedor, Sir Percival tenía ante si un vaso y
una botella. Sin vernos, apuró el contenido del vaso de un trago. Luego, al
darse cuenta de nuestra presencia, me dirigió una mirada de enojo, en
virtud de la cual me apresuré a disculpar mi presencia, pero me interrumpió
diciendo:
Si supone usted que hay en todo esto un misterio, se equivoca. No tengo
nada que ocultar ni tapar a nadie y diciendo estas palabras casi a gritos, se
sirvió otro vaso.
Si mi hermana está en condiciones de viajar, también lo estoy yo
contestó la señora con firmeza y le ruego que comprenda la ansiedad que
me produce la situación de mi hermana, y me permita marcharme esta
misma noche a reunirme con ella.
Tendrá usted que aguardar a mañana contestó Sir Percival , y en
caso que no haya inconveniente, que supongo que no lo habrá, podrá usted
marcharse. Hoy mismo escribiré al conde:
Hablaba contemplando el vino que tenía en el vaso. No miraba a su esposa,
cometiendo así una falta de educación que no puede perdonarse en ningún
caballero.
¿Para qué ha de escribir usted al conde? preguntó Lady Glyde,
sorprendida.
Para que vaya a esperarla a la estación y pase usted la noche en su casa,
en compañía de su tía.
No sé por qué, la mano de la señora comenzó a temblar debajo de mi brazo.
No tengo necesidad ninguna de detenerme en Londres dijo.
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