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Carlo, puede que acabemos este asunto pronto -dijo
Mason-. Tú, Piero y Tommaso sois mi primer equipo.
Confío en vosotros, aunque no pudisteis con él en
Florencia. Quiero que tengáis a Clarice Starling
bajo constante vigilancia el día anterior a su
cumpleaños, el día de su cumpleaños y el siguiente.
Os relevarán cuando esté dormida en su casa. Os daré
un conductor y una furgoneta.
Padrone -dijo Carlo.
¿Sí? Quiero un rato en privado con el dottore ,
por mi hermano Matteo -Carlo se santiguó al
pronunciar el nombre del difunto-. Usted me lo
prometió.
Comprendo tus sentimientos perfectamente, Carlo.
Tienes toda mi comprensión. Mira, quiero dedicarle
al doctor Lecter dos sesiones. La primera noche,
quiero que los cerdos le coman los pies con él
viéndolo todo desde el otro lado de la barrera. Y lo
quiero en buena forma para eso.
Tráemelo en perfecto estado. Nada de golpes en la
cabeza, ni huesos rotos ni lesiones en los ojos.
Luego esperará una noche sin pies, para que los
cerdos acaben con él al día siguiente, Hablaré con
él un ratito, y después lo tendrás para ti solo
durante una hora, antes de la última sesión. Te
pediré que le dejes un ojo y que esté consciente
para verlas venir. Quiero que les vea las caras
cuando le coman la suya. Si tú, por decir algo,
decides caparlo, lo dejo a tu discreción; pero
quiero que Cordell esté presente para cortar la
hemorragia. Y lo quiero filmado.
¿Y si se desangra el primer día en el corral? No
se desangrará. Ni morirá durante la noche. Lo que
hará esa noche es esperar mirándose los muñones.
Cordell se ocupará de eso y reemplazará sus fluidos
corporales, supongo que necesitará un gotero
intravenoso para todo la noche, puede que dos.
O cuatro si hace falta -se oyó decir por los
altavoces a la voz desencarnada de Cordell-. Puedo
hacerle incisiones en las piernas.
Y tienes mi permiso para escupir y mear en los
goteros al final, antes de que lo lleves al corral -
dijo Mason a Carlo con su tono más cordial-.
O correrte en ellos, si lo prefieres.
El rostro de Carlo se iluminó al imaginarlo; luego
se acordó de la musculosa signorina y le dirigió
una mirada culpable de reojo.
Gracie mille, padrone . ¿Podrá venir a verlo
morir? No lo sé, Carlo. El polvo de los graneros me
sienta fatal. Quizá tenga que verlo por la tele. ¿Me
traerás a alguno de los cerdos? Quiero tocar uno.
¿A esta habitación, padrone ? No, ya me bajarán
un momento conectado a la fuente de alimentación.
Tendré que dormirlo, padrone -dijo Carlo
dubitativo.
Mejor una cerda. Tráela al césped, delante del
ascensor. Puedes usar el elevador de carga sobre la
hierba.
¿Piensan hacerlo con la furgoneta o con la
furgoneta y un coche? -preguntó Krendler.
¿Carlo? Con la furgoneta sobra. Necesito un
conductor.
Tengo algo mejor para usted -dijo Krendler-. ¿Se
puede dar más luz? Margot accionó el interruptor y
Krendler dejó su mochila sobre la mesa, junto al
frutero. Se puso guantes de algodón y sacó lo que
parecía un pequeño monitor con antena y una repisa
para elevarlo, además de un disco duro externo y un
compartimiento para las baterías recargables.
Es difícil vigilar a Starling porque vive en un
callejón sin salida y no hay donde esconderse. Pero
tiene que salir, es una fanática del ejercicio al
aire libre -los informó Krendler-. Ha tenido que
apuntarse a un gimnasio privado porque no puede
seguir usando el del FBI. La pillamos aparcada ante
el gimnasio el jueves y le pusimos una baliza debajo
del coche. Es una de ésas con ánodo de níquel y
cátodo de cadmio, y se recarga cuando el motor se
pone en marcha, así que no la descubrirá por
quedarse sin batería. El programa informático
incluye estos cinco estados contiguos. ¿Quién va a
manejarlo? Cordell, ven aquí -dijo Mason.
Cordell y Margot se arrodillaron junto a Krendler, y
Carlo se quedó de pie junto a ellos, con el sombrero
a la altura de las narices de los otros.
Miren esto -dijo Krendler accionando el
interruptor-. Es como el sistema de navegación de un
coche, excepto que muestra dónde está el coche de
Starling -en la pantalla apareció un plano del
centro de Washington-.
Se hace zoom y se mueve el área con las flechas, ¿lo
ven? Ahora no indica nada. Una señal de la baliza en
el coche de Starling encendería el piloto y se oiría
un pitido. Entonces se busca la fuente en la vista
general y se utiliza el zoom. El pitido va más
rápido conforme nos acercamos. Aquí está el barrio
de Starling a escala de plano callejero. No hay
señal del coche porque estamos fuera de cobertura.
En cualquier punto del Washington metropolitano o de
Arlington estaríamos dentro. Lo he sacado del
helicóptero que me ha traído. Esto es el convertidor
para el enchufe de corriente alterna de la
furgoneta. Una cosa. Tienen que garantizarme que
este aparato no caerá en las manos equivocadas.
Podría tener un montón de problemas, esto aún no se
vende en las tiendas de espías.
O me lo devuelven o lo tiran al fondo del Potomac.
¿Entendido? ¿Lo has entendido Margot? -preguntó
Mason-. ¿Tú también Cordell? Que cojan a Mogli de
conductor y lo ponéis al corriente.
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Una libra de carne
Capítulo 77.
Lo bonito de la escopeta de aire comprimido
consistía en que podía dispararse con el cañón
dentro de la furgoneta sin dejar sordo a nadie; no
había necesidad de sacarlo por la ventanilla y
arriesgarse a que cundiera el pánico.
La ventanilla de espejo bajaría los centímetros
imprescindibles y el pequeño proyectil hipodérmico
volaría cargado con una dosis considerable de
acepromacine hacia la masa muscular de la espalda o
el trasero del doctor Lecter.
No se oiría otro ruido que el semejante al chasquido
de una rama seca al partirse, ninguna detonación ni
estallido del proyectil subsónico que pudieran
atraer su atención.
Tal como lo habían ensayado, cuando el doctor Lecter
empezara a desplomarse Piero y Tommaso, vestidos de
blanco, lo atenderían y lo trasladarían a la
furgoneta, mientras aseguraban llevarlo al hospital
a los posibles mirones. Tommaso era el que mejor
inglés hablaba, pues lo había estudiado en el
seminario, aunque la hache de hospital se le hacía
un poco cuesta arriba.
Mason no se equivocaba asignando a los italianos las
fechas clave para capturar al doctor Lecter. A pesar
del fiasco de Florencia, eran con mucha diferencia
los más dotados para la caza del hombre y los que
más garantías ofrecían de atrapar vivo al doctor.
Para realizar su misión, Mason no les permitía
llevar más arma, aparte del rifle de aire
comprimido, que la del conductor, Johnny Mogli,
ayudante del sheriff en Illinois de permiso y
miembro de la cuadra de Verger desde siempre. Mogli
se había criado hablando italiano en casa. Era un
individuo que solía estar de acuerdo con todo lo que
decían sus víctimas hasta un segundo antes de
matarlas.
Carlo y los hermanos Piero y Tommaso disponían de
una red, la pistola de aire comprimido, espray
irritante y un buen surtido de ligaduras.
Era más que suficiente.
Al amanecer estaban en su puesto, a cinco manzanas
de la casa de Starling en Arlington, aparcados en
una plaza para minusválidos de una calle comercial.
Ese día la furgoneta llevaba rótulos adhesivos en
los que podía leerse: Transporte médico para la
tercera edad . Una tarjeta colgada del retrovisor y
la matrícula falsa colocada en el parachoques la
identificaban como vehículo para el transporte de
minusválidos. En la guantera guardaban el recibo de
un taller de carrocería por el cambio reciente del
parachoques, de forma que podían alegar una
confusión del empleado del aparcamiento para salir
del paso si alguien cuestionaba el número de la
tarjeta. Los números de identificación del vehículo
y la documentación eran auténticos. Como lo eran los
billetes de cien dólares doblados en su interior
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